Celebrando hoy a LOS PRIMEROS MÁRTIRES DE ROMA, presentamos un comentario sobre la Exhortación de Tertuliano a los Cristianos perseguidos [Ad Martyres]
Por: Remigio Rojas R.
«Los mártires son la simple verdad puesta ante los ojos, a la cual no se puede resistir»
[Tertuliano]
Tertuliano, Padre de la Iglesia Católica, escribe una carta dirigida a los cristianos que se encuentran presos en espera del martirio. Se trata de un escrito sumamente enérgico donde el autor se hace cercano al que sufre, con el objeto de sostener y alimentar el alma del creyente para que su fe no desfallezca ante la proximidad de la muerte. Si bien, es una obra pequeña, lo es por su finalidad ya que lo que apremia es la brevedad ante la con- sumación de la vida. Al escribir sus palabras a los mártires, Tertuliano lo hace con elocuencia, pulcritud y magnanimidad, ropajes de un hombre místico educado y formado en el valor y la virtud. Es, entonces, por su aspecto místico que el documento se presente atemporal, es decir, se puede leer en las circunstancias actuales con tanta validez y fuerza como lo fue en la antigüedad. Ante esto, la intención de este artículo es incitar al lector, en primer lugar, a leer la Carta a los Mártires de Tertuliano y, en segundo lugar, aplicar, como bálsamo espiritual, algunas de las palabras de Tertuliano, en conjunto con algunas citas del Nuevo Testamento, a todos aquellos hombres y mujeres de buena voluntad, quienes sufren y se esfuerzan por construir día con día el Reino de Dios aquí en la tierra: «La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos» (Tertuliano).
Tertuliano
La palabra mártir (del griego — mártys — «μάρτυς, -υρος», «testigo») hace referencia a una persona que sufre persecución y muerte por defender una causa generalmente religiosa, aunque también creencias o convicciones, con lo que da «testimonio» de su adhesión a ella. El Catecismo de Iglesia Católica en el n. 2473 menciona que «el martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte», por lo que el mártir no es un transmisor pasivo de ideas o palabras abstractas, sino un verdadero testigo vivencial y dinámico del infinito amor de Dios: «Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios» (San Ignacio de Antioquía, Epístola a los Romanos, 4, 1).
Quinto Septimio Florente Tertuliano (c. 160-c. 220) fue un padre de la Iglesia y un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo II y primera parte del siglo III. Proviene de una familia pagana, educado en lo jurídico y lo literal, el cual, a semejanza de San Agustín, se dice que era un buscador acérrimo de la verdad. Está apertura hacia lo trascendente y lo desconocido permitió a Tertuliano, años más tarde en su vida, la conversión y el arrepentimiento de sus pecados. La tradición narra que Tertuliano encontró la quietud del corazón en el testimonio de los mártires: «los mártires son la simple verdad puesta ante los ojos, a la cual no se puede resistir». Sin embargo, su porte ascético y pensamiento riguroso y legalista lo llevo, en sus últimos años de vida, a formar parte de las filas de la herejía montanista. Debido a su trayectoria controvertida por haberse unido al movimiento montanista es, junto con Orígenes, uno de los dos padres de la Iglesia que no fueron canonizados. Nació, vivió y murió en Cartago, en el actual Túnez, y ejerció una gran influencia en la Cristiandad occidental de la época.

Tertuliano, en la Carta a los mártires, expresa que existe una guerra entre el diablo y los seguidores de Jesucristo. Llama a la cárcel “casa del diablo” en la cual, el fiel cristiano está llamado a derrotarle con muestras vivas de fe, esperanza y caridad: «en batalla contra el enemigo el diablo, el cual vuestra paz es su guerra.» Esta aparente segregación del mundo, dice Tertuliano, resulta en beneficio para el que cree, por lo que la cárcel se convierte en un lugar seguro para el fiel seguidor de Jesucristo, ya que el mundo, para muchos, con sus desventuras y pecados, es más prisión que la misma cárcel: «El mundo tiene tinieblas más densas, que ciegan los corazones de los hombres. El mundo pone cadenas más grandes, que atan las mismas almas de los hombres. Peores inmundicias exhala el mundo: las impurezas de los hombres.»
En esta misma línea, donde el mundo aparece como algo hostil a los hombres, el evangelio narra como Jesús ruega al Padre para que guarde a sus discípulos del mal presente en el mundo «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.» (Jn 17, 15-16). Si se presta atención a estas palabras, se puede apreciar el itinerario de los grandes místicos, hombres y mujeres contemplativos de la verdad, los cuales viven en el mundo sin ser parte del mundo. Este anhelo hacia lo trascendente (Dios) traspasa las fronteras de la religión. En la India, por ejemplo, esta misma idea es representada con la imagen de la flor de Loto sobre el lago, la cual, a pesar de estar en contacto con el agua, permanece en medio de esta sin mojarse, hermoso signo con que se representa la libertad interior. Ante esto, los mártires se convierten en símbolo de desprendimiento interior, testigos veraces del cumplimiento de la Palabra de Dios «solo la verdad los hará libres» (Jn 8,32). De este modo, Tertuliano, presenta al hombre verdaderamente libre, el cual, sin ataduras, disfruta efusivamente cada instante de la brevedad de su vida, sabiendo y confiando que al final Dios tiene la última palabra al respecto de su existencia «las piernas, sujetas con grilletes, no sienten nada cuando el alma está en el cielo.»
En este intento por animar a los mártires cristianos, Tertuliano, a imitación de San Pablo, se goza en decir que los sufrimientos que se padecen en esta tierra son nada en comparación con el premio que se ha de recibir en la vida futura a causa del martirio «si tanto se hace por el vidrio, ¿cuánto más se hará por la verdadera perla? ¿Quién no pagará gustosísimamente por obtener la verdadera perla tanto cuanto otros gastan por la falsa?» Es así como Tertuliano presenta la prisión como palestra, es decir, en oportunidad de purificación y salud para el alma, ahí donde el guerrero encuentra la gloría, el cristiano está llamado a encontrar a Cristo, quien es «el camino, la verdad y la vida.» (Jn 14, 6). De este modo, la cárcel, no es lugar de tormento y angustia, sino lugar de oración y silencio contemplativo, lugar de retiro y encuentro con Dios: «Quitémosle el nombre de cárcel y llamémoslo lugar de retiro.»
Ante esto, la Iglesia Católica no ha dejado de ver en la vida de los mártires el verdadero semblante de Cristo y el cumplimiento radical de su palabra, «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame» (Mt 16, 24). Por consiguiente, tanto del mártir como del santo, se afirma que el amor de Dios ha llegado a su perfección «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Sin embargo, el martirio no sólo implica suf rimiento, sino virtud y alegría, pues es un testimonio de fidelidad al evangelio de Jesucristo. De esta forma, todo fiel cristiano está llamado a participar de la misma gloría reservada a los mártires, tal vez no derramando su sangre a causa del evangelio de Jesucristo, pero sí a través de la entrega gozosa de la propia vida al servicio de Dios en los hermanos: «Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.» (St 2, 18).
Tertuliano escribió, sin duda, en tiempos difíciles para la expresión y la vivencia de la fe, donde los valores universales como la vida, la familia, la libertad, el amor, la justicia, entre otros, se ven vulnerados y pisoteados ¿acaso la vivencia de la fe católica en la actualidad no atraviesa por circunstancias semejantes? Por eso, el fiel cristiano está llamado a velar y a cuidar en todo momento el gran tesoro de la fe que ha recibido el día de su bautismo, convirtiéndose en custodio de la fe, en portador vivo y eficaz del Evangelio: «ustedes son la sal de la tierra y luz del mundo» (Mt 5, 13 ss). No es de extrañarse que ante la idea del martirio surja el miedo y el temor, los cuales, puede hacer que el hombre termine optando por una vida cómoda y sin compromiso eclesial a imitación de algunos de los discípulos de Jesús, los cuales al oír la dureza de su lenguaje decidieron abandonarle. (Cfr. Jn 6, 60 ss). Sin embargo, la fe, la esperanza y la caridad, sostienen al creyente que deposita su confianza plena en Dios, como decía la Hna. Clare Crockett o «todo o nada», o la salvación o la condenación eterna. Ante esta disyuntiva que todo fiel cristiano está llamado a resolver, el evangelista San Juan exhorta con las siguientes palabras: «así dice el Amen, el Testigo fiel y veraz, ¡ojalá fueras frío o caliente! Pero como eres tibio, es decir, ni f río ni caliente, voy a vomitarte de mi boca» (Ap 3, 14-16).
Finalmente, el mensaje A los mártires de Tertuliano se convierte en un llamado perene para todo fiel seguidor de Jesucristo, una invitación radical y enérgica a no desanimar ni desfallecer en el buen combate de la fe, «En el cual Dios vivo es el presidente; el Espíritu Santo, el preparador de atletas; la corona, de eternidad; el premio, de la sustancia angélica; la ciudadanía, celeste; la gloria, por los siglos de los siglos.» Sin duda, la entrega gozosa de la propia vida al servicio del Reino de Dios es una acción que sobrepasa cualquier esfuerzo humano, por lo que no hay que olvidar que la iniciativa y la fuerzas siempre viene del amor y la sabiduría infinita de Dios: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, dará fruto abundante. Quien aprecie su vida terrena la perderá; en cambio, quien sepa des- prenderse de ella a causa mía, la conser- vará para la vida eterna.» (Jn 12, 24 – 25).
[Fuente: Corazón de Pastor Nº 17 (junio 2021), Revista Digital Mensual, 7-10]