Por: P. Limberg Gómez Coutiño
I. EL CRISTIANISMO DE LOS PRIMEROS SIGLOS: UNA COMUNIDAD EN MOVIMIENTO
1. Expansión del cristianismo y primeros encuentros con el mundo pagano
Cristo funda la iglesia y conforma la comunidad apostólica a la que confiere la misión de “ir”, “evangelizar” y “bautizar”, enriqueciendo y acrecentando la comunidad de discípulos. Tal misión comienza abiertamente el día de Pentecostés. El martirio de Esteban (Hech 6-7), hacia el 32 d.C. y la muerte de Santiago el Mayor, marca el inicio de una serie de instigación contra el cristianismo de los primeros siglos, primero por parte del judaísmo, después por el paganismo. Muchos de los discípulos huyen a Antioquía y Alejandría, que junto con Roma conformaban las ciudades más importantes del imperio. En los tres primeros siglos de vida de la Iglesia, su presencia es mayor en Asia Menor, Egipto y Siria. También hay núcleos importantes de cristianos en muchas ciudades griegas, en Italia, Hispania y África proconsular. Bastó la dedicación de aquella primera generación de apóstoles para recorrer los caminos que «las legiones» ya antes habían recorrido, si bien ahora en sentido inverso: de Jerusalén a Roma, y con otra finalidad: la evangelización, que consiguió la adhesión de personas de diversos estratos sociales: hombres y mujeres, judíos y gentiles, esclavos y libres, comerciantes y artesanos, gente sencilla e incluso gente acomodada, gente con escasos conocimientos e incluso filósofos, las barreras sociales se convierten en fraternidad y testimonio de caridad, al interior de la comunidad cristiana, característica fundamental aprendida a la luz del Evangelio y la profesión de fe en Jesucristo, realidad que desentonaba con los esquemas vividos por la religión tradicional romana. Tertuliano, testimonia en su Apologeticum (37,4) que a principios del siglo III (220), el cristianismo había alcanzado ya diversos ambientes de la sociedad romana:
Somos de ayer y ya llenamos todos sus sitios: las ciudades, las islas, las ciudadelas, los municipios, los conciliábulos, los mismos campamentos, las tribus, las decurias, la corte, el senado, el foro; ¡solamente les hemos dejado los templos!
2. El cristianismo antiguo en la cotidianidad de la vida social
Roma, con sus múltiples vías de acceso, era considerada el centro del mundo y principal punto de convergencia de gente de toda raza, creencias, condición social, oficios, etc.; generando un campo propicio para la evangelización. Los viajes eran una exigencia comercial y cultural; se viaja también por placer, por peregrinación o, incluso, para recibir o dar alguna instrucción cristiana en especial. En el marco de la vida social, las “hostelerías” y tabernas, frecuentemente visitadas, fueron consideradas por el cristianismo como centros de mala reputación; santa Elena, madre de Constantino, antes de su conversión, fue una célebre “chica de Taberna”. La situación de depravación en la cultura romana, favoreció la conciencia de la necesaria hospitalidad entre los cristianos; apoyado por los diáconos y las viudas, los obispos eran los principales responsables del servicio hospitalario, quien lo necesitaba debía llevar una carta de recomendación de su propio obispo. Los cristianos proceden de personas con variedad de oficios: Desde médicos, juristas o jueces, hasta obreros, oficios manuales, escultores, panaderos, carpinteros, sastres, alfareros, tejedores, etc. El oficio del comercio exige prudencia, a fin de evitar la avaricia, lo mismo se pide a los servidores del Estado, funcionarios y militares, profesión aunque no prohibida es necesario lo más posible evitarla; los cargos municipales son prohibidos directamente por la Traditio Apostolica, hacia el siglo III. Algunos filósofos, en afanosa búsqueda de la verdad, se encuentran con el cristianismo, surgiendo la necesidad de los primeros diálogos entre la argumentación filosófica y los principios de la doctrina cristiana. Diversas tareas como: la magia, la astrología, los juegos del circo o los gladiadores, el teatro, la danza, la prostitución, la edificación de templos paganos y la fabricación de ídolos, son totalmente incompatibles con el Evangelio, por consiguiente deben ser abandonados como fruto de la conversión.
3. Conflicto y desencuentro con el mundo pagano
La proclamación de la fe monoteísta y la identidad del cristianismo considerado a sí mismo religión universal, choca directamente con la religiosidad tradicional romana y con el escepticismo filosófico, provocando una reacción hostil. El cristianismo es considerado un fermento perturbador para el estado y el bienestar de la sociedad, idea fundamental basada en la preservación de la pax deorum o “paz de los dioses”, según la cual toda divinidad reconocida debía rendírsele el culto debido, a fin de mantener la paz y el bienestar social, la ruptura del cristianismo con esta religiosidad tradicional pone en riesgo esta paz, pues toda omisión en el culto a las deidades despierta su ira provocando inestabilidad y crisis social. Los primeros roces entre el cristianismo y paganismo se dan en la misma cotidianidad; el cristiano se encuentra a cada paso con alguna divinidad a la cual ya no le rinde honores; su distanciamiento de los espectáculos y de las fiestas relacionadas con el culto público o a los dioses familiares, despierta una serie de interrogantes; la renuncia del cristiano al culto a Roma y al emperador, expresión de lealtad, lo convierte en un enemigo potencial de la estabilidad del imperio, así fueron interpretados diversos acontecimientos como: la invasión germánica, la peste del 167, la inundación del Tíber, los tiempos de sequía y de malas cosechas, etc. considerando únicos culpables a los cristianos, “generadores de males y enemigos de la humanidad”; hacia el 440, san Agustín con su obra La Ciudad de Dios responderá toda culpabilidad imputada a los cristianos por la caída de Roma. A los ojos de la opinión pública, las reuniones cristianas son vistas con sospechas, se les acusa de canibalismo por lo que saben vagamente de la celebración eucarística, el llamarse hermanos y hermanas o darse el beso de la paz son acciones malinterpretadas; los rumores y los requerimientos de la chusma provoca la reacción inevitable de las autoridades; sin la autorización debida, el cristianismo se convierte en una religión ilícita en el imperio, quien los acusa de ateísmo por no reconocer las divinidades tradicionales y de conspirar contra el estado por no rendir culto al emperador; el rescripto de Trajano, hacia el 111, puso por escrito las primeras medidas sobre el proceder con los cristianos, es aquí donde un problema religioso torna directamente un problema político que las autoridades debían afrontar.
A mediados del siglo II, surge un nuevo aliado fuertemente capaz de agudizar aún más la repulsión contra el cristianismo: el mundo intelectual; es decir, los filósofos paganos, que a través de escritos y panfletos satirizaban a los cristianos tachándolos de ignorantes y necios; ridiculizaban las Escrituras considerándolos escritos “atiborrados de solecismos y barbarismos” y desaprobando la religión cristiana como novedosa y sin tradición. Con todo, el cristianismo saldría en defensa de su verdad, marcando el inicio de la apología cristiana. San Justino, fue uno de los grandes padres apologetas, filósofo convertido al cristianismo y conocedor de las diversas escuelas filosóficas de su tiempo, puso al servicio del cristianismo todas sus capacidades afrontando las críticas y acusaciones del mundo pagano. La acción de los padres apologistas permitió abrir una verdadera acción misionera y dialogante con el helenismo culto, situación que favoreció la conversión y adhesión al cristianismo de nuevos intelectuales y filósofos; sin embargo, tal realidad, aunque favorable para el proceso evangelizador, la exagerada racionalización de los contenidos de la fe en ciertos grupos de intelectuales, ahora cristianos, conllevó a una consecuente exaltación de la filosofía helenista, a tal grado de provocar las primeras desviaciones de la Tradición cristiana, convirtiéndose ahora en los enemigos internos del cristianismo, propiciando un giro a la apología cristiana saliendo ahora en defensa de la doctrina al interior de la comunidad; tal fue el caso del gnosticismo, movimiento sincretista que con una mezcla de cristianismo, judaísmo, filosofía y mito, elaboró todo un sistema que buscaba dar respuesta a diversas cuestiones existenciales del ser humano emitiendo así una concepción racionalista del mundo, el hombre y Dios. Tanto el desarrollo del gnosticismo en diversas comunidades como la necesidad de dar razón de la fe y proclamar al mundo que el cristianismo no es una religión de ignorantes, surge en Alejandría la primera escuela teológica; fundada por Panteno como escuela catequética para la formación de los catecúmenos hacia el 180, bajo la dirección de Orígenes hacia el 215, llegaría a constituirse en la escuela teológica más importante de la antigüedad cristiana, cuyo auge e influencia en la iglesia tanto oriental como occidental predominaría hasta el siglo V y daría a la Iglesia grandes teólogos como Orígenes, san Clemente, san Dionisio, san Atanasio y san Cirilo.
II. LOS PROCESOS DE EVANGELIZACIÓN Y CATEQUESIS EN LA ANTIGÜEDAD
1. Kerigma y catequesis
La fe se va propagando, originalmente de manera personalizada, en la cotidianidad de la vida doméstica de esposa a marido, de esclavo a ama o viceversa, o incluso de zapatero a cliente; el anuncio kerigmático, en pentecostés, de la muerte y resurrección de Cristo fuente de salvación, designa ahora el contenido global del misterio de Cristo y se vincula estrechamente al proceso catequético que conducirá a la recepción del bautismo, sello efectivo del kerigma; para san Ireneo, el kerigma es el conjunto de la predicación de los apóstoles y de sus discípulos sobre Dios creador, Jesucristo su Hijo, el Espíritu Santo y la “economía”, que comprende la venida de Cristo en su nacimiento virginal, su pasión, resurrección, ascensión, su segunda venida y la recapitulación, la resurrección y el juicio universal. La aceptación de la fe, en virtud del anuncio de la salvación, era siempre acompañada, como elemento decisivo e irrenunciable, más que de la táctica, del testimonio convencido de tales verdades expresada en la vida misma; son tres las realidades capaces de mover a la conversión y a la acogida de la fe: el mensaje evangélico en sí mismo, la fraternidad e igualdad de dignidad promovida entre los cristianos y el testimonio convencido de una vida virtuosa capaz de darlo todo incluso hasta el martirio. Sin embargo, el itinerario de la aceptación de la fe y de la pertenencia a la comunidad por el bautismo, exigía tino y discreción a fin de evitar conversiones simuladas, haciendo necesario un proceso pedagógico de acompañamiento.
2. La iniciación cristiana
La conversión y el bautismo conllevan a un verdadero cambio de vida y de religión, un vuelco a la vida familiar, profesional y social; sin embargo, ser admitido al bautismo no era fácil, la comunidad cristiana tomaba sus precauciones, apartando a los pocos capaces de perseverar y probando la idoneidad de los candidatos introducidos a la comunidad por un cristiano determinado. El tiempo de preparación en la iniciación cristiana se llama “catecumenado”, deriva del verbo griego katecei<n [katejéin], usado por Pablo y significa “enseñar oralmente la fe” (1Cor 14,19); como sustantivo latino catechumenus, aparece por primera vez en Tertuliano, para designar al candidato al bautismo y el tiempo de la catequesis y de la formación. El catecúmeno acompaña a su evangelizador a las reuniones de la comunidad, se instruye en las verdades nuevas e intenta practicarlas. Tanto la afluencia de candidatos, como el riesgo que encierra profesar el cristianismo ante la experiencia de las persecuciones frecuentes e incluso de tendencias heréticas y de apostasías, conllevan a la prudencia y a la prueba del tiempo y la perseverancia. En la Pasión de Perpetua y Felicidad, documento de tiempos de Tertuliano, aparece ya una iniciación de larga duración. El tiempo de prueba para fortalecer la fe se adapta a la flexibilidad de la vida y las circunstancias, la catequesis va acompañada de la oración y del ayuno. El candidato aprende las grandes verdades de la fe expresadas en el símbolo bautismal y la oración del Señor que lo van insertando en la comunidad. San Ireneo, en su libro Contra los herejes, nos recuerda las verdades fundamentales de la fe profesada, en todas las comunidades diseminadas, por cada cristiano al recibir el bautismo.
El catequista enseña a captar la grandeza de la fe y la exigencia del rito bautismal, enseña a evaluar el cambio de vida y el riesgo que implica, pues en el imperio, la religión cristiana y toda reunión litúrgica, vital para el creyente, son ilícitas. El tiempo de la prueba es un distintivo de la comunidad cristiana, pues las religiones mistéricas, teniendo sus propios ritos de iniciación, nunca exigieron algún cambio moral; incluso los heréticos y cismáticos como los marcionistas bautizaban a sus adeptos inmediatamente. El acceso al cristianismo implica un itinerario de ruptura con los ídolos, de renuncia a los espectáculos y a los juegos del circo, de gran atracción para muchos. La Didajé, uno de los primeros escritos post-bíblicos, nos testimonia que la llamada “doctrina de las dos vías” formaba parte importante de la catequesis primitiva, poniendo de relieve el carácter dramático de la interpelación de la vida del cristiano. Hacia el siglo IV, con la apertura de la paz constantiniana, la afluencia de nuevos adeptos determinó una organización estable del proceso catecumenal, convirtiendo este siglo en la época de la gran catequesis. Entre los pasos concretos de la etapa catecumenal podemos numerar los siguientes:
a) Escrutinios o revisión de la vida. La comunidad juega un papel importante en la selección, lleva a cabo la primera revisión de la vida social del candidato y su integridad de vida, su profesión y condición de esclavo o libre, así como su relación con el mundo pagano; la poligamia o el concubinato o incluso algunos oficios incompatibles con la fe, impiden la inscripción al catecumenado.
b) Rito de iniciación. La inserción comienza con la señal de la cruz en señal de aceptación, de aquí en adelante se llama oficialmente catecúmeno o incluso cristiano.
c) Formación doctrinal. El catecúmeno, se compromete a escuchar la enseñanza de su catequista, este período puede durar unos tres años o reducirlo dependiendo del progreso manifiesto. La lucha que implica la preparación del candidato es comparado con el entrenamiento deportivo y con el oficio militar.
d) Escrutinios prebautismales. Cumplido el tiempo y estando cerca la pascua, el catecúmeno solicita el bautismo, es entonces escrutado en la honestidad y su solicitud por los pobres y enfermos, los huérfanos y las viudas, así como las buenas obras realizadas en su proceso de preparación. Superado este examen se considera “elegido”, comenzando un período de preparación próxima e intensa para el sacramento.
e) Exorcismo prebautismal. “Los elegidos”, reciben la imposición de manos y el exorcismo, a partir de aquí deberán mantener la pureza de vida, disponiéndose al bautismo, con ayuno, oración y buenas obras.
f) Toma de conciencia plena. Tras un discernimiento consciente, el catecúmeno toma una decisión definitiva e irrevocable, pues la recepción del bautismo es una consagración y un juramento de fidelidad permanente. Ahora testimoniará su fe ante el público e incluso ante los tribunales, si es necesario.
El rito del bautismo cristiano implica la idea de nacimiento, fecundidad, vida, muerte y resurrección. Es un medio eficaz para la incorporación a la Iglesia, para el perdón de los pecados e inauguración de la vida cristiana. Es el momento de iluminar la fe ilustrada por la catequesis bautismal, se prepara con la renuncia al maligno y el exorcismo seguido de la unción prebautismal, el momento central es la profesión de fe y la inmersión o infusión. Dos escritos del siglo II y uno del III nos dan testimonio preciso sobre la manera de bautizar: la Didajé, la 1ª Apología de san Justino y la Traditio Apostolica, atribuida a Hipólito, son documentos ricos en datos sobre la vida litúrgica de aquella época. Preparado el candidato con ayuno y oración, y en presencia de la comunidad que acoge con solicitud a sus nuevos miembros, recibe el sacramentum, en agua corriente o en una piscina, usando la fórmula trinitaria, como se indica en san Mateo, acompañada de la triple inmersión o efusión. Al salir del agua, el bautizado, es ungido con el crisma en el nombre de Jesucristo, es revestido con una vestidura blanca y adornado con una corona. El Pastor de Hermas, asocia a la vestidura blanca el sello en la frente del neo-bautizado significando su integración al Pueblo de Dios.
El rito y sus partes reciben nombres diversos: baño, nuevo nacimiento, iluminación, sello del Espíritu. Con la imagen de la luz, un cántico bautismal primitivo desarrolla la catequesis del nuevo nacimiento: “Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará”. Respecto al bautismo de niños, san Justino, refiere a quienes se han hecho cristianos “ya desde su infancia” y un compañero suyo dice: “poseemos de nuestros padres esta triple doctrina”. El nuevo bautizado recibe la imposición de manos por parte del presbítero quien invoca al Espíritu Santo pidiendo el don de la perseverancia, la comunidad lo acoge y con el beso de la paz sella la fraternidad. La iniciación cristiana concluye con la fracción del pan. Renacido a la nueva vida por la acción del Espíritu Santo y alimentado con el ágape celestial, “de ahora en adelante ha de dar testimonio de la verdad, caminar en las obras buenas y observar los mandamientos, a fin de conseguir la vida eterna”; en caso de persecución, los mártires, sea que hayan recibido el bautismo de agua o estén en el periodo de preparación, el bautismo de sangre es considerado incomparablemente superior; uno de los pasajes más conmovedores al respecto es el de Saturo, catequista de Perpetua y Felicidad, quienes recibieron el martirio con otros tres catecúmenos, el dato es testimoniado por la Pasión de Perpetua y Felicidad, en su capítulo 21:
Cuando ya el espectáculo llegaba a su fin, fue arrojado a un leopardo y de una sola dentada quedó bañado en gran cantidad de sangre que el pueblo dirigiéndose a él, dio testimonio a gritos de su segundo bautismo: ‘¡ya se ha lavado, ya se ha salvado! ¡Ya se ha lavado, ya se ha salvado!’ En verdad – comenta el documento – ya estaba salvado, quien de aquel modo se había bautizado.
III. FRUTOS DE LA EVANGELIZACIÓN: VIDA CRISTIANA PERSEVERANTE, FRATERNIDAD Y MISIÓN
El dinamismo de la fe se desarrolla desde un doble binomio fundamental: conversión y misión, fe y caridad, en otros términos la conversión conlleva a la acogida de la fe y al compromiso cristiano traducido en el compartir caritativa y fraternalmente la vida que desemboca en un consecuente compromiso misionero, es aquí donde incluso algunos deciden consagrarse enteramente a la evangelización como apóstoles itinerantes. La caridad, la unidad, la fraternidad son distintivos de la comunidad cristiana quien se preocupa por mantener una actitud de ayuda mutua. Los hermanos en la fe se conocen por su nombre, viven profundamente la dimensión humana de la fe a través del compromiso fraterno vivido y compartido. El obispo vela por la atención a los más necesitados, especialmente los huérfanos y las viudas, labor que completa con la ayuda del Diácono, aunque la acción caritativa a favor de los más pequeños es compromiso de toda la comunidad, la cual vela por la protección de los niños desamparados, que en virtud de las persecuciones han quedado en situación de orfandad, las viudas tienen la posibilidad de nuevas nupcias o dedicarse a la vida ascética. En tiempos de dificultad, cuando la situación de pobreza o hambre azota a los miembros de la comunidad, la fraternidad adquiere un carácter específico mediante las comidas públicas.
La comunidad es solidaria, incluso en tiempos de persecución, visitan a los encarcelados, llevándoles provisiones o incluso ofreciendo dinero para un trato digno o pagando el rescate para su liberación; la sepultura y respeto a los muertos es otra faceta de la caridad que impresionó a los mismos paganos. La donación generosa de los fieles hace posible mantener la caja común, la ofrenda económica es una verdadera participación fraterna de los bienes; en el siglo II, existen contribuciones a través de limosnas u ofrendas en especie, como ropa, calzado, alimentos, etc., que los diáconos recogían para distribuir entre los más necesitados; incluso los mismos pobres aportan su donación a favor de otros más necesitados mediante el ahorro, fruto del ayuno y la abstinencia. La ofrenda caritativa se constituye en la epifanía de Dios que cuida de los más pobres y marginados. La santidad de cada cristiano es procurada en la misma cotidianidad de la vida, mediante su perseverancia en Cristo; la oración, el ayuno y la limosna permiten mantenerse en continua vigilancia. La concelebración eucarística presidida por el obispo de la comunidad, es la expresión litúrgica por excelencia, es la acción de gracias permanente en la que el cristiano conmemora el sacrificio de Jesús; quien ha culminado su iniciación cristiana, domingo a domingo, se nutre del cuerpo y la sangre de Cristo. El ágape, o comidas fraternas post-eucarísticas, como expresión de la fraternidad y la caridad, especialmente con los más pobres, distingue al cristiano del pagano; en él, con verdadero sentido religioso, se unen en la oración y la convivencia sin distinciones: esclavos, ricos, pobres, etc. Además del domingo, el itinerario festivo del año va marcando paso a paso diversos momentos especiales de la vida cotidiana del cristiano que alimentan su fe y su adhesión a Cristo y a la comunidad; sobresalen la celebración de la Pascua y Pentecostés, posteriormente Navidad y Epifanía, así como la celebración del dies natalis de algún mártir, santo, confesor o apóstol. La espiritualidad cristiana, es por tanto, una realidad vivida desde la cotidianidad de la vida; es decir, nos conduce a descubrir la presencia del espíritu religioso cristiano en las diversas dimensiones de la vida: eclesial, familiar y social, concretada en la vida comunitaria, caritativa, orante y litúrgica. En toda la vida aflora la fe del cristiano, a través de su piedad, oración, penitencia, celebraciones festivas, su vida diaria, su hospitalidad y solidaridad e incluso en el recto uso del tiempo libre.
CONCLUSIÓN. La fe, vista desde la experiencia de los primeros cristianos, no consiste en instalarse, sino enfrentar lo cotidiano, es recomenzar cada día en la espera ansiosa y oscura de lo que aún no vemos; cada cristiano se esfuerza por vivir el heroísmo de lo cotidiano, presentando el rostro de una Iglesia de esperanza como una expresión profunda de su ser, la vida cristiana se vive como una tensión entre lo cotidiano y la promesa; de este modo, la fe transfigura la vida cotidiana, la esperanza domina sobre lo trágico, así lo demostró la serenidad de los mártires, pues a quienes esperan vigilantes, Dios les descubre el alba que ilumina la existencia y la eternidad.
Gracias por compartir temas como estos, necesitamos conocer mucho sobre los orígenes de nuestra fe y dejarnos entusiasmar por la espiritualidad y labor evangelizadora de los Padres de la Iglesia…
Gracias por el comentario, este es un buen reinicio de Semina Verbi, trataremos de seguir actualizándolo con diversos contenidos sobre la época patrística a fin de nutrirnos con la fe y la espiritualidad de los primeros cristianos… Dios les bendiga
Gracias, hermano, lo leeré con atención y, si me permites, creo que utilizaré algunas cosas en un curso sobre bautismo y confirmación que me toca dar este semestre.
Un abrazo y te recuerdo siempre desde los años romanos.
RICHARD
Claro que si Richard, puedes usarlo, de hecho creo que queda muy bien darlo incluso en algún momento de la formación en el proceso catecumenal… a mi me tocó darlo como conferencia en un curso de formación permanente para catequistas…