SERIE: LA PARROQUIA Y SU DESARROLLO EVOLUTIVO EN LA HISTORIA
Por: Limberg Gómez Coutiño
Con este artículo concluimos la serie sobre “La parroquia y su desarrollo evolutivo en la historia”, es importante llegar a este punto, pues fue en el concilio Vaticano II, “la más grande gracia eclesial del siglo XX”, donde la Iglesia universal fue directamente interpelada sobre su identidad y misión: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”; el Papa Pablo VI, en su Discurso de conclusión del Concilio Vaticano II n. 3, el 07 de Diciembre, 1965, nos decía: “la Iglesia se ha recogido en su íntima conciencia espiritual, no para complacerse en eruditos análisis de psicología religiosa, o de historia de su experiencia, o para dedicarse a reafirmar sus derechos, o a formar sus leyes, sino para hallar en sí misma, viviente y operante en el Espíritu Santo, la palabra de Cristo y sondear más a fondo el misterio, o sea el designio y la presencia de Dios, por encima y dentro de sí, y para reavivar en sí la fe, que es el secreto de su seguridad y de su sabiduría”. Es así, como, la doctrina conciliar y la reflexión derivada de ésta, nos trae una luz, a propósito de nuestro tema, para la renovación de la vida de nuestras parroquias y continuar nuestro peregrinaje en el mundo, transformando, con la fuerza del Espíritu Santo, la sociedad en que vivimos.
La parroquia, poco antes del concilio Vaticano II, poseía un énfasis marcadamente sacramental; los espacios privilegiados de la pastoral parroquial eran: el templo, destinado a la vida sacramental y devocional; el despacho parroquial, donde el párroco atendía las diversas demandas de la feligresía; la sacristía o la sala para la catequesis; sin descartar la asistencia sacramental a los enfermos en sus propios domicilios. Después del concilio Vaticano II y la reforma impulsada por el Código de Derecho Canónico, la manera de concebir la parroquia da un importante giro, favoreciendo, en cierto modo, una búsqueda de retorno a las fuentes de la identidad parroquial y con ello una mayor cercanía al sentido original del vocablo paroiki’a(Paroikía). En el CIC (Codex Iuris Canonici) de 1917, la noción de “parroquia” refiere a una porción territorial de la diócesis cuya iglesia vinculada a un pueblo es puesta bajo la guía de un “rector específico” (c. 216); en la Iglesia actual, la parroquia, es considerada como la COMUNIDAD de fieles cristianos que habitan en tal porción, cuya vida cristiana se desarrolla en una variedad de vocaciones, carismas y ministerios. Vincular la noción de “parroquia” a la “comunidad de fieles” fue uno de los grandes frutos del concilio; de hecho, la constitución Sacrosanctum concilium 42, la describe como Coetus fidelium, es decir, “reunión de fieles”; el decreto Ad gentes 30, la llama Communitas (comunidad) y cellula, el decreto Apostolicam Actuositatem 10. Siguiendo la enseñanza conciliar, el nuevo CIC (1983), antes de normativizar el oficio del párroco, establece los lineamientos en torno a la “comunidad de los fieles”. La parroquia aparece aquí constituida de dos elementos profundamente compenetrados: La comunidad de fieles y el servicio pastoral del ministro ordenado a cuyo cuidado es puesta la parroquia. Con la expresión “una determinada comunidad de fieles”, describiendo a la parroquia, y “porción del Pueblo de Dios”, referida a la “Diócesis” delimita una y otra entidad eclesial (c. 369), aunque en ambas encontramos un marcado aspecto comunitario. La comunidad parroquial se constituye así en un verdadero sujeto de acción pastoral y abarca a todos los fieles de un determinado territorio sin exclusión ni discriminación alguna. Como comunidad y porción de la iglesia diocesana, el ministerio pastoral ejercido a favor de esta, principalmente por el párroco, constituye una prolongación del ministerio episcopal en la diócesis. El párroco como pastor propio, en cuanto enviado a tal comunidad y no a otra, tiene un compromiso de justicia con ella en el ejercicio de su misión de pastoreo a través de las funciones parroquiales concretas, desempeñando un auténtico ministerio de coordinación y guía de la comunidad peregrina.
La parroquia es, en este sentido, nuevamente una comunidad de fieles en camino, bajo la presidencia del párroco asignado como pastor y a la vez peregrino con su comunidad, quien “comparte junto a” los demás fieles (pa’roikoi, “paroikoi”) no sólo un espacio geográfico sino incluso un contexto concreto con características y estilos de vida propios; juntos, comunidad y pastor, se esfuerzan por hacer realidad los valores del Reino de Jesús, a través del testimonio creyente fortalecido por la acción pastoral y evangelizadora, mientras se encaminan a la Patria definitiva. De este modo, impulsados por espíritu del concilio Vaticano II, a punto de cumplir 50 años de su apertura, y su afán de retorno a las fuentes, renovemos nuestra vida parroquial y la identidad de esta porción de la Iglesia, la cual está llamada a ser no un ente aislado sino una sociedad de personas concretas, con quienes, compartiendo la misma fe en Jesucristo, vida y esperanza de nuestros pueblos y viviendo en una continua interrelación convertida en una auténtica comunión fraterna, continuemos sin desfallecer nuestro peregrinaje por este mundo, construyendo juntos el Reino que anhelamos.