LA ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA EN LOS TRES PRIMEROS SIGLOS DEL CRISTIANISMO

SERIE: LA PARROQUIA Y SU DESARROLLO EVOLUTIVO EN LA HISTORIA

Por: Limberg Gómez Coutiño

Presentamos ahora el 2° de 5 temas sucesivos en torno a la evolución de esta entidad tan importante en la vida de nuestra Iglesia, expresión de nuestro peregrinaje en el mundo, elemento de identidad vinculante y de pertenencia a la Iglesia Particular, porción de la Iglesia Universal: LA PARROQUIA…

Después de un acercamiento fundamental al concepto, referimos ahora el DESARROLLO Y CARACTERÍSTICAS elementales que distinguió la ORGANIZACIÓN ECLESIÁSTICA de las primeras comunidades cristianas. Originalmente la comunidad cristiana local se refería con el término εκκλεσία [ekklesía], es decir, “Iglesia” o, más estrictamente, “Asamblea”, en sentido propiamente cristiano “Comunidad de fieles”, el mismo  vocablo fue originalmente aplicado incluso a la Iglesia Universal; en etapa posterior asignaría también el mismo lugar de culto o el espacio donde la “Comunidad de fieles” se reúne para tal fin. El dato bíblico nos revela que Pablo fundó diversas comunidades cristianas o εκκλεσίαι [ekklesíai] bajo la dirección de un colegio de presbíteros ayudados por diáconos; todos ellos, miembros de las mismas comunidades, a quienes, aun con ciertas facultades subordinadas al Apóstol, los fieles obedecían (1Cor 16,15ss; 1Tes 5,12, Rom 12,6ss); son llamados: “presbíteros” y “epíscopos”, los cuales gobiernan, con una misión muy semejante, la εκκλεσία o Iglesia de Dios  como sus pastores (Hech 20,17.28). En una palabra, entre los siglos II y III la iglesia local era propiamente la comunidad cristiana en cuanto tal y en estrecha unidad pastoral con la civitas (ciudad), de hecho, ya desde la época apostólica cada iglesia local o particular es designada con el nombre de la misma ciudad donde se funda (vg. La Iglesia de Jerusalén, de Roma, de Antioquía, etc.). Hacia el siglo III, el término παροικία [paroikía] o “parroquia” se aplica a la iglesia local que, posteriormente, indicaría el territorio de un obispo; de hecho, en la opinión de varios autores a fines del siglo I, conforme el episcopado monárquico se fue consolidando como forma organizativa, no hay posibilidad de encontrar alguna comunidad cristiana, por pequeña que sea, si no es congregada, dirigida y gobernada por un obispo;1 incluso en el siglo IV, Eusebio de Cesarea, al inicio de su Historia Eclesiástica, expone el propósito de presentar a quienes sobresalieron “en el gobierno y en la presidencia de las iglesias más ilustres” usando el término παροικία, es decir “parroquia”, por ende organizadas y presididas por un obispo; más adelante, refiriendo a éstas mismas “iglesias ilustres”, usa el término εκκλεσία [ekklesía].2 Las actualmente llamadas “Diócesis”, por tanto, conformaban las παροικίαι [paroikíai] o “parroquias” de la iglesia antigua, en donde los presbíteros ejercían colegialmente su ministerio junto al Obispo y sin dividir el territorio en porciones; el Obispo, rodeado de su Presbiterio, tenía la responsabilidad total de tal Iglesia. Cada una de estas comunidades cristianas episcopales gozaba de autonomía tanto en lo litúrgico como en lo disciplinar, aunque todas seguían unidas en virtud de la comunión eclesial o koinonía y la consecuente fraternidad cristiana. La necesidad de una mejor atención a los fieles, cuyo número crecía cada vez más, sobre todo en las principales ciudades del imperio, favoreció el desarrollo evolutivo de la organización eclesial. En la iglesia de Roma, a mediados del siglo III, el papa Cornelio cuenta con el apoyo de 46 presbíteros, 7 diáconos, 7 subdiáconos, entre otros ministros y más de 1500 viudas y pobres que atender.3 Según el Liber Pontificalis, el Papa Evaristo, después del año 100, asignó a los presbíteros de Roma los llamados tituli; el “título” correspondería a la iglesia parroquial de la ciudad, asistida por uno o más presbíteros; el mismo documento testimonia que el Papa Urbano (+230) compró para la iglesia de Roma 25 patenas de plata, muy probablemente destinadas a sus 25 títulos; el Papa Dionisio (260-268), por su parte, lleva adelante la organización eclesiástica, encomendando a los presbíteros algunas comunidades eclesiales y erigiendo las iglesias de los cementerios extraurbanos con el nombre de dioeceses (“Diócesis”). El Papa Marcelo, hacia el año 300 transformó también en dioeceses los 25 títulos entonces existentes en Roma, para asistir a los numerosos neófitos bautizados y a la multitud de penitentes. En tales casos particulares, las “Diócesis” (dioeceses) son las comunidades presbiterales que gozaban de cierta autonomía y con derechos de conferir el sacramento del bautismo, siguiendo con el nombre de παροικία o “parroquia” la Iglesia Particular o territorio del Obispo, esto significa que, al menos en los primeros tres siglos del cristianismo, los nombres de “Parroquia” y “Diócesis” ya forman parte del lenguaje organizativo de la Iglesia aunque en sentido inverso al nuestro, donde el nombre de “Parroquia” designaría lo que actualmente corresponde a una Diócesis, y ésta, a su vez, equivaldría a la actual “Parroquia”, en cuanto porción de aquella y presidida por un presbítero.


1 Cf. V. Bo, La parroquia, pasado y futuro, Madrid 1978; 14.

2 Cf. Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica I.

3 Cf. Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica VI, 43, 11.

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