LA PARROQUIA ENTRE EL MEDIOEVO Y LA REFORMA PARROQUIAL TRIDENTINA

SERIE: LA PARROQUIA Y SU DESARROLLO EVOLUTIVO EN LA HISTORIA

Ofrezco ahora la penúltima reflexión sobre el desarrollo evolutivo de la Parroquia; aunque originalmente quise referir solamente los orígenes de la organización parroquial, me pareció oportuno extender la exposición a fin de tener una visión panorámica del desarrollo de esta entidad, en la historia de la Iglesia en general, a fin de conocerla más, valorarla y apreciarla, pues como bien dicen “nadie ama lo que no conoce”, espero suscite algún interés por hacer nuestra la invitación del Concilio Vaticano II, que en el año de la fe convocado por el Papa Benedicto XVI, celebraremos los 50 años de su apertura y así, con un retorno necesario a las fuentes de la fe y la espiritualidad cristiana, renovemos nuestra identidad eclesial en el hoy de nuestra historia.

LA PARROQUIA EN EL MEDIOEVO

Hacia los siglos VIII y IX, el ámbito geográfico, social y religioso, nuevamente manifestó una vinculación estrecha, en la reforma organizativa del imperio por parte de Carlomagno, quien adoptando las dos entidades eclesiales ya existentes las incorporó a la vida social, dividiendo directamente su vasto territorio en diócesis y parroquias; tal organización de carácter civil y religioso, exigió a obispos y sacerdotes tener una necesaria residencia local. Con el surgimiento del feudalismo, los obispos, abades y párrocos corrieron el riesgo de convertirse en súbditos de los señores feudales, en cuyos grandes dominios y como parte de su patrimonio surgen las llamadas “iglesias propias” para la asistencia espiritual de los fieles y trabajadores residentes en tales territorios, estas iglesias poseyeron ciertas características y derechos equiparables a los de una parroquia; cada iglesia edificada, dependiendo de su localización, era otorgada a un sacerdote u obispo, para desempeñar ahí su labor pastoral. Siguiendo la estructura organizativa adoptada en este período, el enfoque prioritario de la iglesia parroquial comienza a cambiar, de los fieles a un marcado interés por lo propiamente territorial.1

Hacia el siglo X, el término parroquia o ecclesia parochialis fue ampliamente usado, mientras los habitantes de aquel territorio eran llamados “parroquianos”. La marcada tendencia de relacionar la parroquia con el territorio jurisdiccional, vino a desenfocar la noción de “parroquia” como comunidad peregrina de fieles, sentido estricto del nombre paroikía (paroiki’a). En este mismo contexto, los concilios generales de los siglos XII y XIII denunciaron diversos abusos generados en torno al llamado “beneficio parroquial”, consistente en el “derecho a percibir las rentas anejas por la dote del oficio” y con fines propiamente pastorales (incluso el CIC 1917, c. 1409ss., reglamenta en torno a esta realidad). De este modo, los siglos sucesivos, especialmente XV y XVI, la vida parroquial fue decayendo generando una pérdida de su sentido más profundo y un escaso nivel de vida espiritual, situación que marcaba la urgente necesidad de revitalizar su identidad y misión.

LA REFORMA PARROQUIAL TRIDENTINA

Concilio_Trento1545-1563Con el decreto De reformatione de la sesión XIV de 1563, el concilio de Trento sancionó el estatuto jurídico de la parroquia, considerada ahora como “órgano principal de la pastoral” (c. 13). Cada populus debía constituir una parroquia, bajo la guía de su propio pastor, el cual con el fin de conocer a sus ovejas, debía residir en el territorio encomendado y no en otro, cuidando fielmente el ministerio de la Palabra y los sacramentos. La parroquia tridentina tuvo así, un doble sustento: la autoridad directiva del párroco y la participación de los fieles mediante sus ofrendas. Buscando favorecer la práctica sacramental y la comunicación entre párroco y feligreses, Trento justificó la división de las grandes parroquias; sin embargo, cuando alguna no podía dividirse por formar un sólo populus, al trabajo pastoral del párroco se vinculaba uno o más coadjutores como sus colaboradores, con el mismo deber de residencia. Con Trento el populus son los feligreses que deciden libre y personalmente una afiliación comunitaria o pertenencia a una comunidad parroquial; esta realidad aunque marcó un giro decisivo a redescubrir el sentido de la entidad parroquial, enfocado en los fieles, condujo a la masificación e impersonalidad de la vida parroquial, afectando directamente la asistencia pastoral de la cristiandad y anticipando la llegada del sentido marcadamente jurídico de la parroquia prevaleciente hasta nuestros días.2 El problema de fondo planteado por Trento no era tanto el número de los fieles por parroquia, sino la concepción territorial de la iglesia dividida en porciones o “parcelas”. No obstante, la gracia renovadora de Trento, buscó reforzar la prevalencia del aspecto servicial del párroco sobre el beneficial, elemento característico de la etapa anterior3 e hizo de la parroquia el medio más idóneo para la instrucción religiosa del pueblo y el lugar más adecuado para la celebración y el contacto personal con los bautizados.


1 Cf. L. Hertling, Historia de la Iglesia, Barcelona 199612; 174-175.

2 Cf. L. Hertling, Historia de la Iglesia, Barcelona 199612; 174-175.

3 W. Croce, «Historia de la parroquia», en La parroquia, San Sebastián 1961; 33-36.

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