Por: Axel I. Peralta
Paciencia y Mansedumbre
Las actitudes de Cristo son el claro ejemplo de lo que el hombre iracundo debe practicar, Él mismo lo dice: Al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la izquierda (Mt 5, 39; Lc 6, 29). Cuando Jesús estaba siendo juzgado el siempre mantenía la calma, su espíritu no se turbaba, la mansedumbre y la paciencia eran su escudo. La caridad es el remedio eficaz contra la ira: Las pasiones de la parte irascible del alma son más difíciles de combatir […] Por eso es más enérgico el remedio que el Señor ha dado contra la ira: el precepto de la caridad [1]. En la caridad encontramos la paciencia y la mansedumbre.
Es un hecho que el hombre tiene una fuerza que lo impulsa a luchar y a ser agresivo, pero para evitar hacer cosas de las que después se puede arrepentir, los Padres de la Iglesia aconsejan algunas actitudes que el hombre iracundo puede tomar para no contagiarse de la enfermedad espiritual de la ira. Cuando las pasiones se levantan, las gentes sensatas no las escuchan, sino que se irritan contra los malos deseos y les declaran la guerra [2]. Aprender a tener un corazón firme y manso es lo que ayuda el hombre a controlar la ira y a combatirla: El remedio perfecto contra esta enfermedad es en primer lugar creer que no nos está permitido encolerizarnos jamás, ya sea por una causa justa o injusta [3].
Es necesario que la persona ponga un alto a la ira antes de que entre en su corazón, antes de hacerla crecer, el hombre debe identificarla para así no dejarla hacer estragos en su alma y agredir al prójimo: En cuanto sientas sus primeras acometidas, contenla, sométela a la razón como se sujeta a un caballo con el bocado [4]. Si el corazón tiene un candado para no dejar entrar a la ira, las palabras que salgan de nuestro corazón no serán hirientes ni ofenderán a nadie: El freno de la parte irascible es el silencio. Más adelante los autores dicen: El comienzo de la victoria sobre la ira es el silencio de los labios cuando el corazón está agitado5. De igual modo san Juan Clímaco refuerza esta idea del silencio: El que difícilmente se entrega a hablar, difícilmente se da a la ira [6].
Controlar la ira y la agresividad no sólo es una tarea física, controlar la ira es controlar nuestros pensamientos, no dejar que la ofensa de otros se apodere de nuestro estado de ánimo: No hagamos depender de nuestro progreso en la paz interior de la voluntad de los otros, que no está en nuestras manos. Más bien tiene que depender de nosotros mismos. De modo que el no enfadarnos no tiene que venir de la perfección del prójimo, sino de nuestra propia virtud, y esa virtud no se adquiere mediante la paciencia de los demás, sino mediante nuestra propia longanimidad [7]. Así, poco a poco debemos ir cediendo a la mansedumbre y no a la agresividad, debemos ceder a la razón y no a la locura, debemos optar por la tranquilidad y no por la desesperación.
Cristo Médico nos da el medicamento propio para controlarnos: la paciencia y la mansedumbre. Ambas son las aliadas que nos ayudan a controlarnos, a conservar la calma y poder ser libres de la enfermedad de la ira: Ciertos remedios inmovilizan las pasiones, les impiden ponerse en marcha e intensificarse… A la ira, la paciencia y la mansedumbre la inmovilizan, le impiden desplegar su fuerza [8]. De tal modo que al hacer nuestra oración, incansablemente pidamos que Dios nos otorgue mucha paciencia y la virtud de la mansedumbre, tal como lo hizo Jesucristo delante de sus acusadores: [Cristo] Ante la ingratitud y la blasfemia, conservó la paciencia; ultrajado y condenado a muerte, se mantuvo paciente y no achacó el mal a nadie [9]. Más adelante, en la misma obra dice Máximo el confesor: A quien posee el amor a Dios no le cuesta trabajo seguir al Señor su Dios, como dice el divino Jeremías, sino que soporta con generosidad críticas y agresiones sin desearle mal a nadie [10].
Referencias:
- MÁXIMO EL CONFESOR, Centurias sobre la caridad, I, 66
- MACARIO DE EGIPTO, Homilías (Colección II), XV, 51
- DOROTEO DE GAZA, Instrucciones espirituales, XII, 133
- BASILIO DE CESAREA, Homilías, X (Sobre la ira)
- CALIXTO E IGNACIO XANTHOPOULOI, Centuria, 78
- JUAN CLÍMACO, Escala, VIII, 4
- JUAN CASIANO, Instituciones cenobíticas, VIII, 17
- MÁXIMO EL CONFESOR, Centurias sobre la caridad, II, 47
- Ibid. IV, 5 10Ibid. I, 88
[Fuente: Corazón de Pastor Nº 26 (Marzo 2022), Revista Digital Mensual, 17-18]