«A nosotros se nos ha enseñado sobre la limosna que debe ofrecerse, esto es, que demos pan al hambriento; él mismo para darse a nosotros los hambrientos, primero se entregó por nosotros a los verdugos»
De los sermones de san Agustín, obispo [Sermón 207: PL 38, 1042-1044]
¿Qué puede haber más grande que la misericordia del Señor?
1. Las tentaciones de este mundo y las insidias del diablo; la fatiga del mundo y la atracción de la carne; la agitación de los turbulentos tiempos y toda corporal y espiritual adversidad son superadas gracias a la ayuda de la misericordia del Señor, Dios nuestro y mediante la limosna, el ayuno y las oraciones. Éstas realidades deben fervorizar al cristiano durante toda la vida, y más aún al acercarse la solemnidad de la Pascua, que con su retorno anual estimula nuestro espíritu y renueva en él la memoria de la salvación, pues Nuestro Señor, el Hijo único de Dios, nos concedió misericordia, ayunó y oró por nosotros. En efecto «Limosna», en griego, significa «Misericordia» ¿Y qué misericordia ha podido ser mayor para los desventurados que aquella que hizo descender del cielo al Creador del cielo y revistió de un cuerpo terreno al Creador de la tierra; quien en la eternidad del Padre permanece igual y en la mortalidad se niveló a nosotros, impuso forma de siervo al Señor del mundo, para que el mismo Pan tuviera hambre, la Saciedad sintiera sed, la Fuerza fuera debilitada, la Salud resultara herida, y la Vida muriera?
Esto, en efecto, para que nuestra hambre fuera saciada, nuestra aridez fuera regada, fortaleciera nuestra debilidad, extinguiera nuestra iniquidad y se inflamara nuestra caridad ¿Qué mayor misericordia que el Creador sea creado, el absoluto Señor sea esclavo, el redentor sea vendido, el que exalta sea humillado y sea muerto el que resucita?
A nosotros se nos ha enseñado sobre la limosna que debe ofrecerse, esto es, que demos pan al hambriento; él mismo para darse a nosotros los hambrientos, primero se entregó por nosotros a los verdugos. Se nos ha ordenado acoger al peregrino: él, por nosotros, vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron. Por tanto, nuestra alma bendiga al Señor, que es propicio a todas sus iniquidades, que sana todas sus enfermedades, que rescata su vida de la corrupción, que la rodea de compasión y misericordia y sacia de bienes sus deseos. Practiquemos por tanto, nuestras limosnas, tanto más vivas y tanto más frecuentes, cuanto más se acerca el día en que celebraremos la limosna que fue para nosotros anticipada; pues el ayuno sin misericordia no sirve de nada para el que ayuna.
Dominar la concupiscencia sin cambiar a nuevos placeres
2. Ayunemos también humillando nuestras almas, al acercarse el día en que el maestro de humildad se rebajó asimismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz. Imitemos su cruz clavando nuestras concupiscencias, sometiéndolas con los clavos de la abstinencia. Castiguemos nuestro cuerpo y sometámoslo a la esclavitud: y para no caer en cosas ilícitas ante la carne desenfrenada, para su sujeción abstengámonos en cierta medida, también de las cosas lícitas. La crápula o libertinaje y la embriaguez deben ser evitados, incluso durante los otros días: durante estos días, sin embargo, han de evitarse incluso los banquetes lícitos. Los adulterios y las fornicaciones deben ser siempre detestados y despreciados: estos días, sin embargo, incluso las relaciones conyugales deben ser moderadas. Más fácilmente se somete a ti la carne, cuando no se adhiera a otras cosas y se haya habituado a frenar las propias pasiones. Ciertamente se debe estar atento de no cambiar sino disminuir el placer. Podrías ver como, en efecto, algunos habituados al vino buscan bebidas insólitas, y quienes se privan de la uva, muy suavemente se compensan con la exprimida fermentada de otros frutos; buscan afanosamente los alimentos fuera de la carne de múltiple variedad y exquisitez; y los placeres que en otro tiempo se avergüenzan perseguir, en este tiempo se los procuran como oportunos: de ahí que, sin duda, la observancia cuaresmal no resulta represión de viejas concupiscencias, sino ocasión de nuevos deleites. Para que estas cosas, hermanos, no los sorprenda a ustedes con su persuasión, prevean cuanta vigilancia sea posible. A los ayunos se una la moderación; como la abundancia del vientre debe ser castigada, así han de evitarse los estímulos de la gula, no son los humanos alimentos que han ser detestados, sino es necesario, más bien, moderar el deleite carnal. Esaú no fue desaprobado por pingüe ternero o por un pájaro graso, sino por el inmoderado deseo de la lenteja. El santo David se arrepintió de desear más agua de lo justo. Por tanto, el cuerpo, durante el ayuno, es sostenido o mejor dicho es fortalecido, no con sofisticados ni preciosos alimentos, sino con los de alcance habitual, cualquiera de bajo costo.
Ayune nuestra oración del odio y se nutra con la caridad
3. Estos días, con el sostén de piadosas limosnas y frugales ayunos, sea elevada a lo alto nuestra oración; puesto que no se pide a Dios la misericordia con insolencia, cuando ésta no se niega al propio semejante, ni cuando la recta intención del corazón del que pide es impedida por la confusa fantasía del deseo carnal. Sea, en cambio, casta nuestra oración, no sea que optemos casualmente no por lo que pide la caridad, sino por lo que pide la avaricia; no deseemos ningún mal contra los enemigos; ni orando seamos crueles con los que no podemos actuar dañándoles o vengándonos. Ciertamente siendo capaces de orar con la limosna y el ayuno, así nuestra misma oración se hace limosna, cuando es dirigida y es aplicada, no solamente por los amigos, sino también por los enemigos, y cuando ayuna de la ira, del odio y de los vicios más perniciosos. Si nosotros, en efecto, nos abstenemos de los alimentos ¿cuánto más la oración debe abstenerse de las cosas nocivas? En suma, nosotros somos fortalecidos en el debido tiempo oportuno, con la toma de los alimentos: nunca concedamos a nuestra oración los alimentos susodichos. La continua oración se sostiene con estos ayunos: la cual tiene su propio alimento, que ha tomarse sin interrupción: Por tanto, ayune siempre del odio, se nutra siempre de amor.