«Respiren siempre a Cristo y crean en él, y vivan como si cada día fueran a morir, observándose a ustedes mismos y recordando las exhortaciones que han oído de mí… Esfuércense siempre por estar unidos, en primer lugar al señor y después a los santos…» [Vida de Antonio 91,3-5]
Primeros escritos hagiográficos: La Literatura Martirial
Antes del surgimiento del género biográfico, en las comunidades cristianas de la antigüedad, la hagiografía cristiana o primeros relatos en torno a la vida de los santos los encontramos en la literatura martirial, nacida en el marco de las persecuciones de la antigua comunidad cristiana; entre dichos documentos encontramos: Las Actas de los mártires, son documentos con mayor rigor histórico por ser fruto de las resoluciones oficiales en los procesos condenatorios contra los mártires; la Passiones o Martyria, contienen los datos de las actas más una narración añadida por algún testigo ocular sobre los últimos días de la vida del mártir, su fortaleza ante la muerte inminente e incluso algunos milagros acontecidos en torno a su muerte; las Leyendas de los mártires, son de poco valor histórico y corresponden a añadidos o narraciones posteriores fruto de la piedad popular y destinados a la edificación de los fieles. Uno de los escritos más antiguos de esta parte de la hagiografía cristiana es el relato del martirio de san Policarpo de Esmirna, fechado en 156 y relatado por un testigo ocular de la iglesia de Esmirna; sin embargo, todos estos escritos relatan únicamente los últimos días de vida del mártir.
La primera biografía: La vida de San Antonio

Hacia el siglo IV, pasado el período de las grandes persecuciones surgiría, gracias a San Atanasio de Alejandría, el género biográfico estrenándolo con su Vita Antonii, correspondiente a una narración de la vida de san Antonio Abad, cuya finalidad fue dejar un legado a los monjes de Egipto a fin de no olvidar la mística del ascetismo monástico vivido por san Antonio, como modelo de vida perfecta. Al final de las persecuciones, el cristianismo afronta un riesgo de relajamiento de la vida de fe, dicha experiencia unida a la conciencia de la incompatibilidad entre cristianismo y mundo, llevó a los primeros cristianos a descubrir en la vida ascética un estilo voluntario para vivir radicalmente el mensaje evangélico, llamándolo «vida de perfección» o incluso «nuevo martirio», renunciando a las comodidades y dedicándose a la oración, a la meditación de las Escrituras, la abstinencia y el ayuno. San Antonio, nació hacia el año 251 al sur de Menfis en Heracleópolis Magna, principal ciudad en el Alto Egipto, perteneció a una familia cristiana acomodada y fue quien impulsó en Egipto, la forma más antigua del monacato oriental, optando por la vida anacorética. A sus 20 años sintió el llamado de Dios, con el pasaje que dice: «Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres» [Mc 10,21; Lc 18,22] y así lo hizo, después de vivir en las afueras de su pueblo natal se internó al desierto y vivió ahí durante 20 años.
San Atanasio, obispo de Alejandría, en la lucha contra el arrianismo se vio difamado, detenido y desterrado por 5 veces; su tercer destierro, del 356 al 361, enviado al desierto de Egipto, le permitió conocer de cerca a los monjes, adquiriendo un profundo interés por el monacato egipcio y favoreciendo su labor pastoral como obispo, pues los promovió para poder aspirar al sacerdocio, les transmitió de cerca la teología alejandrina, llegando a ser un fuerte apoyo en el combate al arrianismo. Fue aquí donde san Atanasio, a petición de los mismos monjes de Egipto, tuvo la iniciativa de presentarles, a través de su obra Vida de San Antonio [Vita Antonii], una especie de norma de vida monástica, a fin de no perder los aspectos esenciales de la misma; así nace la biografía o vida de santos. El estilo biográfico sería de gran provecho para la edificación de los fieles y el fortalecimiento de la fe a través del testimonio vivo de quienes vivieron una vida Cristiana ejemplar. Es así como en el siglo IV y gracias a san Atanasio comienza a proponerse, a través de la biografía, nuevos modelos de vida cristiana.
La Vita Antonii está compuesta con un estilo clásico, donde el cristiano es presentado como modelo de heroísmo, santidad y sabiduría; su aceptación está testimoniada con una amplia y pronta difusión, de hecho san Atanasio compartió a los monjes su deseo de que la obra fuera leída a un auditorio más amplio e incluso a los mismos paganos. El escrito sigue una estructura e itinerario acorde a la vida de Jesús descrita en los evangelios, describiendo a San Antonio como fiel imitador de Cristo, lo presenta desde su nacimiento e infancia, su conversión y opción por la vida ascética, su lucha contra el enemigo en el aislamiento del desierto, su profunda vida de oración, ayuno y abstinencia, enriquecida con la meditación asidua de las Escrituras, incluso sus espacios de vida social que eran más bien de vida pastoral, dando consejo, predicando, enseñando o incluso expulsando demonios; llama la atención como condena sabiamente al arrianismo y defiende la recta doctrina, dejando notar la huella del escritor en la vida del santo. Evagrio de Antioquía dio difusión a la obra de Atanasio traduciéndola al latín y promoviendo el ideal de vida ascética en occidente.
Recomendaciones de San Antonio antes de su muerte
Transcribimos las últimas palabras de san Antonio que correspondería no solo a sus últimas recomendaciones hechas a los monjes sino incluso una síntesis de sus principales enseñanzas vividas y transmitidas con un testimonio cristiano que permanece vigente incluso para nosotros:
«Antonio… se marchó y se despidió de los monjes que habitaban en la montaña exterior. Y llegó a la montaña interior, donde permanecía habitualmente. Pocos meses después, cayó enfermo. Llamó a los que estaban con él —eran dos que durante 15 años habían permanecido allí, cultivando la ascesis y sirviéndolo en la ancianidad—, y les dijo: “Como está escrito, yo me voy por el camino de mis padres. Siento que el señor me llama. Ustedes vigilen y no dejen perder el fruto de su larga ascesis sino que, como si ahora comenzaran, procuren siempre custodiar su diligente celo. Conocen las insidias de los demonios; han visto ustedes cuán feroces y a la vez cuán débiles son; por tanto, no los teman, respiren siempre a Cristo y crean en él, y vivan como si cada día fueran a morir, observándose a ustedes mismos y recordando las exhortaciones que han oído de mí. No tengan trato con los cismáticos y menos con los herejes arrianos; saben cómo yo los evitaba, pues luchan contra Cristo y son una secta. Esfuércense siempre por estar unidos, en primer lugar al señor y después a los santos para que, tras su muerte los reciban en los tabernáculos eternos como amigos y familiares. Piensen en esto y reflexiónenlo y, si me quieren bien y me recuerdan como un padre, no permitan que nadie lleve mi cuerpo a Egipto, para que no lo pongan en una casa. Pues por este motivo he regresado a la montaña y he venido aquí. Saben como yo siempre reprendí a los que hacían esto, y los exhorté abandonar tal costumbre, entierren mi cuerpo y escóndanlo bajo tierra; y guarden mi palabra para que nadie, excepto ustedes, conozca el lugar; en el día de la resurrección de los muertos yo lo recibiré incorrupto del Salvador. Repartan mis vestiduras, den al obispo Atanasio una de mis pieles de cabra y el cobertor sobre el cual dormía, ese que él me dio nuevo, y yo he usado. Den la otra piel al obispo Serapión. Ustedes tomen la túnica de crines. Por lo demás, les digo adiós, hijos, pues Antonio cambia de lugar y ya no estará con ustedes”. Tras sus palabras, ellos lo abrazaron; él levantó sus pies, y como viendo a sus amigos venir a él, se alegró por su llegada, estaba acostado con el rostro lleno de gozo, expiró y se reunió con sus padres. Según las instrucciones que les había dado le tributaron los honores fúnebres lo envolvieron en telas de lino y escondieron su cuerpo bajo tierra. Nadie supo jamás dónde había sido sepultado, excepto estos dos. Cada uno de aquellos que recibió una piel del bienaventurado Antonio y el cobertor que había usado, lo guardo como un gran tesoro. Pues cuando los veían, era como ver a Antonio, y cuando se los ponían era como llevar con gozo sus recomendaciones.» [Atanasio, Vida de Antonio, SCh 400].