«Haz, Señor que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo…»
San Hilario, nació en Poitiers, Francia, entre los años 310-320, desempeñó una labor importante en la lucha contra el arrianismo haciéndose acreedor del sobrenombre «El Atanasio de Occidente», otros lo refieren como «El martillo de los arrianos»; pertenece al grupo de los Padres y Doctores de Occidente y de los célebres buscadores de la verdad, pues habiendo recibido una educación pagana, su pasión por la verdad le llevó a incursionar en la filosofía y la Sagrada Escritura donde se gestó y concretó su conversión. Hacia el año 353, poco después de bautizarse, la comunidad misma lo aclamó y eligió como obispo de su ciudad natal.
Del 356 al 361 fue desterrado en Frigia, por defender la profesión de fe nicena contra los arrianos; situación que le permitió fortalecerse espiritualmente y crecer intelectualmente. Dicho exilio le permitió aprender el griego y familiarizarse con la teología profundizada por los Padres orientales, especialmente Orígenes, san Atanasio y otros teólogos alejandrinos; su estancia en oriente le permitió captar mucho más de cerca la complejidad teológica de la herejía arriana, a tal grado que aún exiliado, sus adversarios lo consideraron «Perturbador de Oriente». Al regresar de su exilio tuvo entre sus seguidores a san Martín futuro obispo de Tours, quien fue ordenado diácono y presbítero por el mismo Hilario; en este regreso organizó un sínodo con los obispos de la Galia, a fin de esclarecer definitivamente la fe y dejar al descubierto los errores del arrianismo, Hilario optó por una postura conciliadora favoreciendo la victoria contra la influencia arriana en aquella región.
Su aporte a la teología trinitaria y cristológica
Basado esencialmente en el dato bíblico, y antes de san Agustín, escribió un Tratado De Trinitate, donde elaboró una teología trinitaria original enraizada en la tensión entre naturaleza-persona, distinguiendo, a partir de diversos pasajes del AT y NT, la unidad de naturaleza y la distinción de personas. Partiendo de la Profesión de fe bautismal sostiene que Jesús mandó a bautizar «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» [Mt 28,19], confesando al Autor, al Unigénito y al Don. El Padre es el Autor de todo y de quien todo procede, Jesús es el Unigénito del Padre por quien fueron hechas todas las cosas, y el Espíritu Santo es el Don presente en todos los creyentes «No puede encontrarse nada que falte a una plenitud tan grande, en la que convergen en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, la inmensidad en el Eterno, la revelación en la Imagen, la alegría en el Don» [De Trinitate 2, 1]. En materia cristológica sostiene que la generación del Hijo no es de la nada, ni de una materia preexistente, como si su origen se debiera a un acto creador; ni de naturaleza diversa, sino precisamente del Padre; se trata de una generación inefable, sin analogía posible con la generación de los seres vivos, sin pasión, ni emisión, ni escisión, ni división, el Padre ha dado de sí todo al Hijo sin perder nada de su ser. Al anonadarse, el Hijo, asume la forma servi [Flp 2,7]; en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del Hombre la humanidad encuentra la salvación, pues asumiendo la naturaleza humana «se hizo la carne de todos nosotros» uniendo consigo a todo hombre y convirtiéndose así en «vid verdadera» y «raíz de todo sarmiento». Por esto, el camino a Cristo está abierto a todos y cuantos se animan a recorrer un itinerario de conversión, abandonando al hombre viejo y sepultados con Cristo por el Bautismo viven la vida verdadera. De cara a las convicciones de san Hilario, cuyo mensaje sigue vigente para nosotros, no nos queda que repetir con él su oración convertida en una esperanza y un deseo profundo:
«Haz, Señor que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Que te adore, Padre nuestro, y junto a ti a tu Hijo; que sea merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito. Amén» [De Trinitate 12, 57]. San Hilario murió el año 367. El Papa pío IX, lo proclamó, en 1851, Doctor de la Iglesia.