La Crisis de José, en el Protoevangelio De Santiago

El Libro De Santiago, modernamente llamado, desde 1552, Protoevangelio De Santiago por Guillaume Postel, quien publicó una traducción latina en ese año. Es uno de los Evangelios apócrifos escritos en el siglo II, su autor posiblemente se basó en los pasajes narrados por Mateo y Lucas, tratando de ampliarlos a través de leyendas y otras tradiciones orales; se agrupa entre los Evangelios de la Infancia, abarca el nacimiento milagroso de la Virgen María y el nacimiento de Jesús, así como relatos de otros personajes en torno a estos acontecimientos. Aunque no fue incluido entre los escritos canónicos, su aceptación en los primeros siglos está testimoniada por una serie de manuscritos y la alusión al escrito por parte de Clemente Alejandrino [+215] y Orígenes [+254], entre otros. Presentamos aquí algunos pasajes de dicho libro, en torno al regreso de la Virgen María de las montañas de Judea y la crisis de José en el reencuentro, así como el desenlace ante los Escribas y ancianos del pueblo, quienes los juzgaron ante la inexplicable gestación de Jesús en su seno [Capítulos XII-XVI].

La Visitación de María a Isabel y su retorno

Encuentros

«María se encaminó llena de gozo, a visitar a su prima Isabel. Llamó a la puerta y al oírla, dejó su escarlata, corrió a la puerta y abrió. Al ver a María, la bendijo exclamando: «¿De dónde que la madre de mi Señor venga a mí? pues el fruto de mi vientre ha saltado dentro de mi y te ha bendecido»; pero María pasando por alto los misterios que el arcángel Gabriel le había revelado y levantando los ojos al cielo, dijo: «¿Quién soy, Señor, que todas las generaciones de la tierra me bendicen?» Y María pasó tres meses con Isabel; de día en día su embarazo avanzaba, y presa de temor, volvió a su casa, y se ocultó a los hijos de Israel; tenía entonces dieciséis años cuando estos misterios se cumplieron.»

Reencuentro y crisis de José

El sueño de José

«Llegó el sexto mes de embarazo y he aquí que José, volviendo de sus trabajos de construcción y entrando en su morada, la encontró encinta. Se golpeó el rostro, se postró en tierra sobre un saco y lloró amargamente, diciendo: «¿Cómo volveré mis ojos hacia el Señor mi Dios? ¿Qué plegaria le dirigiré con relación a esta jovencita? Pues la recibí pura de los sacerdotes del Templo y no he sabido guardarla. ¿Quién ha cometido tan mala acción y ha mancillado a esta virgen? ¿Acaso se repite en mí la historia de Adán? Pues así como en la hora misma en que éste glorificaba a Dios, llegó la serpiente y encontrando sola a Eva, la engañó, así me ha ocurrido a mí». Entonces José se levantó del saco, llamó a María y le preguntó: «¿Qué has hecho, tú que eres predilecta de Dios? ¿Has olvidado acaso a tu Señor? ¿Cómo te has atrevido a envilecer tu alma, después de haber sido educada en el Santo De los Santos y de haber recibido de un ángel tu alimento?» Pero ella lloró amargamente, diciendo: «Estoy pura y no he conocido varón». Y José le dijo: «Si es así ¿De dónde viene lo que llevas en tus entrañas?» Y María respondió: «¡Por la vida del Señor mi Dios, no sé cómo ha ocurrido esto!». Entonces José, lleno de temor, se alejó de María y se preguntaba cómo obraría al respecto». Y dijo: «Si oculto su falta contradigo la ley del Señor, y si la denuncio a los hijos de Israel, temo que el niño que está en María no sea de un ángel y entregue a la muerte a un ser inocente. Entonces ¿Cómo procederé con María? la repudiaré en secreto». Y la noche lo sorprendió en estos pensamientos amargos. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «No temas por ese niño, pues el fruto que está en María procede del Espíritu Santo, dará a luz un niño y le llamarás Jesús, pues salvará al pueblo de sus pecados». José despertó y se levantó, y glorificó al Dios de Israel, por haberle concedido aquella gracia y continuó reteniendo a su cuidado a María».

La prueba de inocencia ante los sacerdotes y Escribas

«El escriba Anás fue a casa de José y le preguntó: «¿Por qué no has aparecido por nuestra asamblea?» José replicó: «El camino me ha fatigado y he querido reposar el primer día». Y Anás, volviendo la cabeza, vio que María estaba embarazada. Entonces Corrió apresuradamente hacia el Sumo Sacerdote y le dijo: «José, en quien pusiste toda tu confianza, ha pecado gravemente contra la ley». El Sumo sacerdote lo interrogó: «¿En qué ha pecado?» El escriba respondió: «Ha mancillado y consumado a escondidas el matrimonio con la virgen que recibió del Templo del Señor, sin darlo a conocer a los hijos de Israel». El Sumo Sacerdote exclamó: «¿José ha hecho eso?», entonces el escriba Anás dijo: «envía servidores y comprobarás que la joven está encinta». Los servidores partieron y encontraron a la doncella como había dicho el escriba, y condujeron a María y a José para ser juzgados.

El Sumo sacerdote prorrumpió, lamentándose: «¿Por qué has hecho esto, María? ¿Por qué has envilecido tu alma y te has olvidado del Señor tu Dios? Tú, que has sido educada en el Santo De los Santos, que recibiste tu alimento de manos de un ángel, oíste los himnos sagrados y has danzado delante del Señor, ¿Por qué has hecho esto?» Pero ella lloró amargamente, y dijo: «¡Por la vida del Señor mi Dios, estoy pura y no conozco varón!». Entonces el Sumo sacerdote dijo a José: «¿Por qué has hecho esto?» Y José respondió: «Por la vida del Señor mi Dios, me hallo libre de todo trato con ella. Y el Sumo sacerdote insistió: «¡No rindas falso testimonio y confiesa la verdad! Tú has consumado a escondidas el matrimonio con ella, sin revelarlo a los hijos de Israel, y no has inclinado tu frente bajo la mano del Todopoderoso, a fin de que, tu linaje sea bendito». Y José se calló.

El Sumo sacerdote dijo: «Devuelve a esta virgen que has recibido del Templo del Señor». Y José lloraba abundantemente. El Sumo sacerdote dijo entonces: «Les daré a beber el agua de prueba del Señor, y Él hará visible el pecado de ustedes, ante sus propios ojos». Habiendo tomado el agua del Señor, el Sumo sacerdote dio a beber a José y lo envió a la montaña, y éste volvió sano. Dio del mismo modo de beber a María y también volvió sin ningún daño. Todo el pueblo quedó admirado al no haberse revelado ningún pecado en ellos. El Sumo sacerdote dijo entonces: «Puesto que el Señor Dios no hizo aparecer la falta de la que se les acusa, yo tampoco quiero condenarlos». Y los dejó marchar absueltos. José acompañó a María, y volvió con ella a su casa, lleno de júbilo y glorificando al Dios de Israel».

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