San Basilio el Grande, san Gregorio Nacianceno y san Gregorio de Nisa, recibieron el título honorífico de “los tres grandes Capadocios”, pues gracias a ellos la iglesia de Capadocia ocupó un lugar importante en el cristianismo antiguo, ya que su vida, espiritualidad y aporte doctrinal conjunto enriqueció extraordinariamente la teología y la vida de la Iglesia.
Vinculación de estilo de vida y doctrina
San Basilio el Grande, san Gregorio Nacianceno y san Gregorio de Nisa, recibieron el título honorífico de “los tres grandes Capadocios”, pues gracias a ellos la iglesia de Capadocia ocupó un lugar importante en el cristianismo antiguo, ya que su vida, espiritualidad y aporte doctrinal conjunto enriqueció extraordinariamente la teología y la vida de la Iglesia. La mutua vinculación es tan particular que es difícil comprender el uno sin el otro. Pertenecieron a la nueva generación de dirigentes y de cristianos intelectuales, provenientes de familias acomodadas, influyentes y de excelente formación académica. Los Capadocios como grupo unitario, comparten el conocimiento y la mutua complementación e influencia doctrinal y espiritual; los tres recibieron una formación sólida, en Cesaréa y en Atenas, los tres abandonaron su carrera civil para dedicarse a la vida ascética y, por su formación y buena fama, los tres recibieron la llamada al ministerio episcopal.
Con un perfil muy propio
Basilio [+379], llegó a ser obispo de Cesaréa de Capadocia tras la muerte de Eusebio de Cesaréa [+370], se destacó como político eclesiástico, promotor de obras sociales a favor de los más necesitados y fue quien encabezó el grupo capadocio, sus elaboraciones doctrinales fueron siempre recibidas, asimiladas, difundidas y a veces incluso complementadas por los otros dos. Gregorio Nacianceno [+389], gran amigo de la familia, especialmente de Basilio y Gregorio, se distinguió como maestro de retórica y teólogo, sus convicciones en diversos temas teológicos y doctrinales, los convertía en poesía a fin de hacerlos más asequibles a todos los fieles. Gregorio de Nisa [ca. +395], fue obispo de Nisa en el 371, se distinguió más como pensador filosófico, fue hermano de san Basilio y colaboró arduamente con él en la difusión de la recta doctrina y la defensa del Símbolo niceno. Los tres reunificaron Capadocia en la recta doctrina, tras ser dividida por arrianos, anomeos y antiarrianos; los tres desarrollaron la armonía entre el sentir cristiano y la paideia griega en su nivel más elevado, promoviendo el ideal de un cristianismo culto que supiera aceptar todo lo válido y bueno del helenismo sin tener que desfigurar el mensaje cristiano; la síntesis alcanzada por ellos sería un paradigma durante casi un milenio de la cristiandad oriental.
Su aporte teológico-doctrinal y nuestro credo
Dando continuidad a la lucha iniciada por san Atanasio en Nicea, combatieron juntos y de manera determinante el arrianismo y el anomeísmo, una especie de arrianismo radical, pues no solo pretendía negar la divinidad del Hijo, sino incluso la del Espíritu Santo. A través de una serie de intercambio epistolares, tanto con amigos como adversarios, san Basilio y cada uno en su propia sede propiciaron cada vez una mayor aceptación del Símbolo Niceno, especialmente la clarificación del concepto «Consubstancial» u homoousios [Ὁμοούσιος] con el que el símbolo refiere la relación del Hijo con el Padre reconociéndolo: «Consubstancial al Padre»; defendieron a su vez, la divinidad del Espíritu Santo contra el anomeísmo de Eunomio, enseñando la consubstancialidad con el Padre y el Hijo, por lo que es «glorificado junto al Padre y el Hijo» y es quien anima, colma de dones y santifica a la Iglesia. La fórmula trinitaria comúnmente defendida por los tres relaciona armónicamente los términos griegos de Ousía [ὀυσία] e hypóstasis [ὑπόστασις] concluyendo que en el misterio trinitario hay «Tres hipóstasis y una ousía», fórmula que, una vez comprendida, fue reflexionada y asumida por el Concilio Ecuménico de Constantinopla, dando el triunfo a la ortodoxia doctrinal y dejando asentada las bases de toda la teología Trinitaria; gracias a san Agustín, esta fórmula griega sería asimilada en la teología latina y traducida como: «Tres personas y una única substancia». De este modo, gracias al amor pastoral y a la profunda experiencia de fe y espiritualidad de los Padres Capadocios que compartieron a través de su testimonio y sus convicciones doctrinales, nos legaron a través del segundo Concilio Ecuménico, celebrado en Constantinopla [381], los últimos artículos del credo que recitamos en el llamado Símbolo Niceno-Constantinopolitano:
«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.»
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